Hace años una amiga me envió una postal que mostraba una roca que parecía el perfil de un indio. Esa postal me inspiró este pequeño cuento.
EL INDIO Y EL MAR
Mi tío, que me educó hasta la edad de quince años, era un hombre muy estricto y un buen maestro. Cuando yo salía del tipi por la mañana, me decía: -"Hakadad, observa atentamente todo lo que veas,"- Y por la noche, tras mi regreso, me interrogaba durante una hora -" ¿En qué lado de los árboles la corteza es de color más claro? ¿En qué lado tienen las ramas más regulares?"- Solía hacerme nombrar todos los pájaros nuevos que había visto durante el día. Yo les daba un nombre según el color o la forma del pico... Debo reconocer que cometía muchos errores ridículos. Entonces, por lo general, él me informaba del nombre correcto. De vez en cuando acertaba y él me alababa calurosamente.
Cuando por fin tuve trece primaveras mi tío decidió que ya había dejado de ser niño y que podía acompañarle en la siguiente partida de caza...
Recuerdo aquel día como si aún no hubiese acabado. Llevábamos nueve siguiendo el rastro de aquella manada, que parecía no descansar nunca. El sol ya estaba rojo cuando llegamos a lo alto de la colina y fue entonces cuando vi el mar por primera vez. Nunca podría haber imaginado que hubiese tanta agua junta en ninguna parte del mundo. Aquella llanura de agua, como solía llamarla mi tío, me atrajo como la miel al oso. Pasé lo poco que quedaba de la tarde jugando en ella y mi cabeza se llenó de preguntas. Al caer la noche descargué mi curiosidad sobre mi tío, que respondió pacientemente una por una a todas mis preguntas. Pero de todas ellas, hubo una respuesta que quedó grabada en mi mente como queda el río grabado en la roca. Cuando el fuego de la hoguera estaba casi apagado, pregunté a mi tío, con mi usual inocencia y curiosidad, por qué el agua de la gran llanura no sabía como el agua del arroyo, por qué tenía un sabor tan fuerte y tan desagradable. Él, tras una pausa, tomó aire y me dijo; -"Hakadad, es el sabor de las lágrimas."- Sabía perfectamente la clase de respuestas que usaba mi tío cuando pretendía captar mi atención. Y esta sin duda, era el preludio de una gran historia. Así que eché un par de troncos más al fuego para darle a entender, que quería escucharle. Luego me acurruqué en mi piel de búfalo y, escuché a mi tío.
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“Hace muchos, muchos inviernos, nació de entre tu pueblo un niño excepcionalmente fuerte, astuto y noble. Le llamaron Muchos Fuegos porque su nacimiento coincidió con una primavera especialmente fructífera y fecunda. En aquella estación la caza fue muy abundante y por las noches había tantas hogueras en el poblado como estrellas en el cielo.
Ya desde pequeño, Muchos Fuegos destacó como líder por su fuerza y vigor. Se las arreglaba para entender como nadie a los animales y algunos creían que era porque realmente podía hablar con ellos. Lo que todos tenían claro con sólo mirarle a los ojos era que aquel niño, aquel hombre, estaba muy cerca de Wacondah, el Gran Espíritu, y que él le permitía traer la lluvia a su pueblo cuando había escasez de agua y el calor del sol cuando hacía frío. Mientras él vivió nunca faltó la caza y los bosques regalaban sus frutos sin remilgos. Nacieron muchos niños que crecieron fuertes y sanos.
Cuando Muchos Fuegos tuvo la edad suficiente, pasó a ser el jefe de la tribu, aunque realmente todos sentían en sus corazones que él había sido siempre, desde pequeño, su auténtico guía, su líder. La vida fue buena en aquella época y ya nadie hablaba de casualidades: Wacondah quiso que Muchos Fuegos les trajera aquella dicha y felicidad. Y todo continuó así: no había problema que él no supiese solucionar ni conflicto con tribus enemigas del que no saliera victorioso. Su sabiduría era grande y todos solían acudir junto a él cuando necesitaban consejo sobre alguna cuestión, fuese la que fuese.
Así era Muchos Fuegos; un hombre grande, pero hombre al fin y al cabo.
Y como tal, cometió errores. Dicen que un día Muchos Fuegos, consciente de su grandeza, que no había decrecido en absoluto aunque él era ya casi un anciano, empezó a pensar que quizá ni siquiera Wacondah, el Gran Espíritu, sería superior a él. Todos notaron de inmediato aquel cambio y las cosas empezaron a no ser lo mismo. Muchos Fuegos era su pueblo y el pueblo era Muchos Fuegos. Ambos fluían de forma paralela, como debía ser. Por eso la tensión que había aparecido en él, podía verse ahora hasta en los más pequeños detalles de la vida del poblado...
En ese tiempo hubo una boda. Se casaban Lobo de Luna, que era el primogénito de Muchos Fuegos y había heredado en gran parte su vigor y además era muy bello, y Flor de Agua, una joven india que comenzaba a destacar por su sensibilidad y también por su extraña pero irrefutable belleza. Decían de ella que era capaz de fundirse con la naturaleza y hacerse practicamente indistinguible. La llamaban Flor de Agua porque esta sensación era especialmente fuerte cuando se bañaba en el río.
Como era costumbre, tras el día de la unión, el Jefe de la Tribu pasaría cinco lunas a solas con los esposos en el Wakan-Kondáa, que era el lugar más sagrado de la tribu. En aquel diminuto claro de bosque había una gran cascada, voz de los espíritus de sus antepasados, y un inmenso sauce, bajo el cual los recién unidos escuchaban de boca de su Guía todo lo que necesitarían saber para su vida común en el futuro. Allí, durante cinco lunas, adquirieron el conocimiento necesario para saber honrar a su pueblo durante el resto de sus vidas. Tras esto, eran considerados realmente como verdaderos miembros de pleno derecho de la tribu.
Cumplieron perfectamente con el ritual, y cuando volvieron al campamento de invierno para reencontrarse con el resto de la tribu, no podían dar crédito a sus ojos: el poblado había sido arrasado. No cabía duda; habían sido los Choula, sus eternos enemigos. Ellos son los únicos que no raptan a las mujeres ni a los niños pequeños. La nieve, la sangre, las cenizas y los cuerpos se entremezclaban en un macabro amasijo sin márgenes definidos. El espectáculo no podía alcanzar mayores grados de horror y Muchos Fuegos cayó de rodillas en el suelo. No necesitaba explicaciones. El sabía perfectamente el por qué de aquello: había querido desafiar a Wacondah, el Gran Espíritu, sobreponerse al espíritu del río, al espíritu del águila, al viento del bosque... Pero Wacondah había tomado la iniciativa. Una terrible y brutal iniciativa para demostrar la verdadera magnitud de su fuerza. Por eso Muchos Fuegos no fue capaz de reunir valor suficiente para tratar de calmar a Lobo de Luna, que a estas alturas estaba totalmente crispado, con los ojos fuera de órbita y gritando al aire con toda su furia : -"¿Por qué? ¿Qué ha sucedido? ¡Es imposible que ningún explorador les haya detec-tado! ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?..."
Flor de Agua se limitó a escudriñar el macabro paisaje y luego el rostro de Muchos Fuegos. La mirada de ella, que se mantenía en pie, mostraba una extraña mezcla de dolor, amargura, tesón, fuerza y valentía. Su mano derecha estaba extendida hacia adelante como pidiendo desesperadamente una respuesta, pero apretaba su mano izquierda en un puño que adelantaba una fuerza perenne, granos de esperanza, nuevas semillas.
Muchos Fuegos desclavó su mirada de la tierra bajo su rostro y alzó la vista. Luego se puso en pie junto a Flor de Agua y Lobo de Luna. Tomó fuerzas y aliento y les dijo :
-"Pronto los Choula volverán. No descansarán hasta acabar con todos nosotros y saben perfectamente que quedamos tres. Así que no tenéis mucho tiempo. Escuchadme bien. Vosotros sois lo que queda de nuestro pueblo, lo que queda de mí. Os marcharéis de aquí y buscaréis otras tierras. Fundaréis una familia y contaréis a vuestros hijos la historia de su pueblo, lloraréis junto a ellos por vuestros antepasados, les enseñaréis a vivir orgullosos de lo que son y sobre todo, les diréis que forman parte de todo lo que les rodea, que son parte de Wacondah, el Gran Espíritu, pero que estarán más que equivocados si creen que por ser hombres están por encima de las gotas de lluvia, por encima del gorrión, del aire y de los árboles del bosque. Os preocuparéis de que sepan que todos ellos son sus hermanos y aprenderán a crecer a su lado, no por encima de ellos. De esta forma nuestro pueblo no morirá, y yo no moriré. Así que marchaos ya. Llevaréis con vosotros tan sólo vuestros vestidos, alimento y mi canoa y por nada ni nadie en el mundo saldréis de ella en las próximas tres lunas."-
Lobo de Luna sabía muy bien que las palabras de su padre eran sabias. Era consciente de que Muchos Fuegos era conocedor de muchas cosas que él no alcanzaba siquiera a imaginar. Por eso se limitó a tomar la mano de Flor de Agua y abrazar a su padre con el brazo libre ... Luego se marcharon por el río, tal y como su padre les había dicho.
Nunca nadie volvió a ver al anciano, pero dicen que se limitó a sentarse en lo alto de un monte y permanecer inmóvil, llorando por su pueblo, llorando por él. Los que esto afirman dicen también que sus lágrimas saladas comenzaron a inundar el valle y que tanto lloró que pronto logró que su llanto se convirtiera en arroyo, el arroyo en torrente y el torrente en una enorme llanura de agua. Y continúan diciendo que de esta forma el llanto de Muchos Fuegos ahogó a todos los Choula, sus eternos enemigos, y que así consiguió proteger para siempre bajo su llanto la tierra sagrada de su pueblo.
Muchos afirman que aún hoy, en algún lugar, puede verse llorar su rostro inmóvil, petrificado, triste, surcado de arrugas esculpidas con el estilete de su propio llanto y con la mirada atenta, clavada en el horizonte, como si tratara de asegurarse de que aquella canoa sigue su rumbo.
Los que esto dicen afirman también que el anciano está aquí, cerca de nosotros, en algún lugar, pero que no todas las personas son capaces de verle. Aseguran también que para reconocerle hay que haber sentido al menos una vez en la vida una amargura tan profunda como la que él sintió, al menos una vez en la vida la fuerza del grito del águila o el rugido del agua, al menos una vez en la vida el calor de las mantas y la compañía en las noches de invierno; al menos una vez en la vida, por supuesto, la alegría atemporal del que ha conocido, como el indio de piedra, el verdadero valor de la vida y el aliento del alma."
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Cuando mi tío concluyó su relato los troncos eran ya cenizas. Los dos nos metimos en el tipi y nos acostamos sin más palabras. Mi tío sabía perfectamente que su silencio haría que yo soñara aquella noche con Muchos Fuegos, Lobo de Luna y Flor de Agua, con la llanura de lágrimas y el rostro de piedra.
¡Magnífico relato! Felicidades por tu habilidad literaria (la habilidad en el resto de disciplinas artísticas ha quedado sobradamente demostrada en el resto del blog).
ResponderEliminarGenial. Como siempre. Los pardales te sigue allá donde vayas. un abrazo.
ResponderEliminarFantastico! Sobran mas comentarios. Nuria.
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